Nuestra experiencia en Morro de Sao Paulo y la isla de Tinharé fue, cuanto menos, curiosa:
Vuelos retrasados, agua hasta las rodillas, casas inaccesibles, bichos de pie bajo las uñas y baños en aceite de motor…
Si te reíste con las desgracias que nos sucedieron durante la primera parte de este viaje por Brasil, a lo largo de la ruta Belo Horizonte – Iguazú – Río de Janeiro, lo que viene a continuación no te decepcionará.
Recuerda, todo esto ocurrió en el 2010, por lo tanto, es probable que la mayor parte de los alojamientos de los que hablo a continuación hayan cambiado de dueños y, con ellos, la calidad de sus servicios. De la misma forma, los precios que menciono, casi con total seguridad, también han quedado desfasados.
¿Preparado?
Día 17: Luna de miel en familia
Vuelo a Bahía, versión 2.0
Digamos que no fue nuestro viaje de la suerte con los vuelos.
El avión Belohorizonte-Salvador de Bahía que debíamos tomar estaba averiado, lo que se tradujo en un retraso de 4 horas.
Y esto sentó precedente para lo que nos esperaba en aquella aventura:
A oscuras, sálvese quien pueda
Cuando llegamos, ya había caído la noche. El conductor que habíamos contratado nos estaba esperando para llevarnos en su furgoneta hasta el pequeño pueblo de Valença… ¡4 horas de carretera a oscuras!
Si sumamos la falta de orientación, los baches (casi perdemos un eje trasero) y que la cena se compuso de patatas fritas de paquete y galletas; pues eso… vaya viajecito…
Al llegar a Valença, los dueños de la lancha que iba a llevarnos a Morro de Sao Paulo, en la isla de Tinharé, nos exigieron mucho más dinero del acordado, porque llevábamos demasiadas horas de retraso y ya era noche cerrada.
Menos mal que la mitad del grupo hablaba portugués (los brasileños, vamos) y pudieron negociar el precio, porque si no, yo creo que nos quedamos en tierra.
Y allí que vamos, 11 personas en una barca muy lenta, en plena noche, rodeados de manglares en completo silencio… ¡Qué miedo pasé! Me consta que no fui la única…
Con el agua hasta las rodillas
Nos dejaron en el embarcadero de Ponte das Pedras, el más cercano a nuestros alojamientos.
Habíamos alquilado 4 casitas inmersas en mata atlántica entre Morro y Gamboa. Muy idílico, pero no pensamos en la accesibilidad del lugar…
Al llegar tan tarde, la marea estaba en su punto más alto, y para acceder a las casas… había que mojarse.
Sí, sí. Había que meterse en el agua; un poco solo, hasta las rodillas. Y lo peor no eran los zapatos o los pantalones. Al fin y al cabo, estábamos en verano, íbamos de corto y todo se secaba rápido…
No. Lo malo fue el equipaje y esa maleta gigante que ya te juré en la primera parte de este relato que no volveré a llevar a ningún viaje.
Tendrías que haber visto al pobre Nahuai levantando como podía aquel armatoste de 25 kilos por encima de la cadera para que no se empapara… Una y no más…
Aquella noche nos repartimos las casas como bien pudimos, sin pensar demasiado, porque ya ni las neuronas ni el resto del cuerpo nos respondían. ¡Qué odisea!
Día 18: Toma de contacto
Esa mañana casi nadie se despertó contento con el sitio en el que había dormido. Lo bueno es que, al ser una familia tan variopinta, conseguimos repartirnos de forma más acorde a nuestros gustos.
Aunque te suene a tontería, justo sobre la puerta de la habitación donde pasé la primera noche, había un nido de un pájaro kamikaze. Cada vez que te acercabas a la puerta (es decir, la abrías o caminabas por el pasillo para llegar a las dos habitaciones siguientes) se tiraba en plancha para atacarte. ¡Muy loco!
Las casas de alquiler
¿Te recomiendo nuestro alojamiento? En términos generales, no.
De las 4 casas, 3 estaban bastante bien cuidadas. Una de ellas, llamada Alambique, tenía mayor tamaño, por lo que se convirtió en el centro de reuniones y cenas familiares. Todos los apartamentos gozaban de gran privacidad, estaban envueltos por un entorno natural precioso y a solo dos pasos del mar.
Sin embargo, la que nos tocó a nosotros, era en la que normalmente vivía Nicolás, el chico que se encargaba de recibir huéspedes. Y te aseguro que no se preocupó de limpiarla ni poner orden antes de que llegáramos. Además, convivía con una pareja de sapos (no había manera de echarlos de la casa) y un par de murciélagos que dormían cada noche en el techo de la habitación.
A esto, se le sumaba que, cuando subía la marea, la única forma de llegar a las casas desde Gamboa o Morro de Sao Paulo, era mojándose los pies (mejor dicho, las piernas) o pasando por una finca privada (perro con malas pulgas incluido).
Y hay algo más, que ocurrió en la parte de «Coletazos del viaje», que tampoco me permite recomendarte este alojamiento. Pero, por ahora, te voy a ahorrar los spoilers…
Descubriendo el paraíso
De camino a Gamboa, descubrimos una pared de barro rosa y amarillo perfecta para hacer tratamientos de piel caseros.
Cuando llegamos a la playa, alucinamos. ¡Qué maravilla! Agua turquesa, arena blanca que parecía no tener fin…
Y justo al principio, alejados aún del pueblo, la Pousada Gemeos, un chiringuito idílico con una zona de hamacas a la sombra perfecta para pasar el día junto al mar sin hacer nada.
En aquel momento, lo llevaban 3 hermanas de León que también regentan un restaurante en el Raval de Barcelona, Las Fernández. Los woks y desayunos estaban deliciosos, así que ya habíamos encontrado nuestro lugar favorito en Gamboa.
Volvimos a casa a nado, con la marea alta, y aquella noche cenamos una pizza en el Restaurante Bianco Nero de Morro, más una caipirinha de celebración en el Kilombo One Love (un bar a pie de playa).
Día 19: Que no se entere nadie
Tal y como nos levantamos, nos enfundamos los bañadores y pusimos rumbo a Gamboa, donde pasamos el día disfrutando del sol, la playa y la gastronomía en Pousada Gemeos.
También aprovechamos para ver el pueblo y realizar una terapia de barro a la vuelta.
¿En resumen? En la gloria bendita, como diría mi abuela.
Día 20: Excursión en barco
A las 9 de la mañana inició nuestra excursión en barco alrededor de la isla Tinharé (60 BRL/persona).
Snorkel en piscinas naturales
Paramos un par de veces por el camino para hacer snorkel alrededor de la isla. Al principio la experiencia fue perfecta: el agua cristalina y su vida marina para nosotros solos. Sin embargo, conforme avanzó la mañana, la zona se llenó demasiado de barcos y buceadores.
Playa de Garapuá
También nos llevaron a la Garapuá, una cala de arena blanca con forma de luna rodeada de palmeras… O lo que es lo mismo, digna de postal paradisíaca.
Cuidado con el ofrecimiento de bogavantes en el bar, te saldrá caro. Si quieres mi consejo, limítate a tomar una cerveza y pasear por la orilla.
Vuelta a la isla
Para comer, hicimos una parada en Boipeda, la isla contigua a Tinharé, donde probamos el pescado de la zona.
Después continuamos navegando a través de los manglares entre islas.
Nos negamos a parar en un puesto de ostras cerca de Canavieiras (intentan que gastes más dinero del que habías planeado, sí o sí) y aún así vimos otro pueblo de la zona.
Regreso a nado
Por si el día no había sido bastante largo, algunos (entre los que me incluyo) decidimos parar en Gamboa para regresar a nado a casa. No lo pensamos muy bien… ¡Vaya paliza!
Día 21: Cuarta playa
Esta jornada la pasamos disfrutando del snorkeling en la cuarta playa de Morro de Sao Paulo.
Aquí acostumbran a dar de comer a los peces para regocijo de los turistas. Tienen la lección tan aprendida que, con solo colocar los dedos en posición, acuden todos en masa.
Para terminar el día, mi nueva familia me enseñó a hacer auténticas caipirinhas y caipiroskas brasileñas. Y parece que no se me dio nada mal, porque, a partir de ese momento, me convertí en la ‘barwoman’ oficial de la casa.
Día 22: Nochebuena tropical
¿Se te ocurre mejor forma de iniciar el 24 de diciembre que buceando entre corales y peces de colores? A mí no.
Esta vez buceamos en las lagunas de la tercera playa.
¿Lo más llamativo? 4 calamares morados con motas que avanzaban en formación apuntando sus tentáculos hacia nosotros… ¡Salimos por patas! 🙂
La cena de Nochebuena acabó siendo una mezcla deliciosa de productos españoles y brasileños, acompañados por acordes de guitarra y canciones típicas en familia.
Día 23: Operación bicho de pie
Pasamos la Navidad junto al mar, tumbados en la arena de Gamboa. ¿Qué más se puede pedir?
Para volver, tuvimos que tomar la barca-autobús que va de Gamboa a Morro, y esperar al regreso para que nos dejaran en el embarcadero de Ponte das Pedras. Como la marea estaba demasiado alta, nos vimos obligados a cruzar a través de una propiedad privada, pidiendo permiso antes para que agarraran bien al perro antiladrones…
Y a la noche…
¿Qué tengo aquí?
Después de la cena, la madre de la novia comienza a quejarse de un dolor agudo en el dedo gordo del pie…
Y resulta que tenía no una, sino dos pulgas de cerdo debajo de la uña.
Estos parásitos se conocen coloquialmente como ‘bichos de pie’ porque, al encontrarse en la arena de algunas playas, se alojan en los pies de sus víctimas para poner huevos. Y como no, tuvimos la suerte de que los alrededores de Morro… ¡estaban infestados de pulgas!
Con una púa de limonero, el brasileño con más experiencia del grupo extrajo ambas pulgas. No me quiero recrear, así que solo te diré que la afectada no disfrutó nada del proceso…
Día 24: Playa y malas pulgas
Volvimos a pasar el día en la Pousada Gemeos de Gamboa, mientras nuestro ‘cirujano’ propio se abastecía de agujas y desinfectantes…
Aquello solo acababa de empezar…
4 pulgas más, siempre mujeres (yo incluida).
¿Es que los hombres eran inmunes…?
(Alerta spoiler: ¡No!)
Día 25: Mulata de bote, despedida y cierre
Nuestra aventura había llegado a su fin… pero aún quedaban obstáculos por sortear.
Tomamos un barco directo desde Morro de Sao Paulo a Salvador de Bahía.
Nos acomodamos como pudimos en la zona externa posterior. No recuerdo muy bien cuánto tardamos en llegar a puerto. Cerré los ojos y me dejé llevar. Cuando los abrí…
Nota: Yo soy de piel muy clara y cuando me da el sol, más que morena, me pongo roja tomate. Así que nunca me había visto como te voy a contar a continuación.
Aceite de motor
Primero sentí las miradas, luego los cuchicheos. Y, entonces, me toqué los brazos.
Estaba cubierta, por completo, de una capa de aceite negro de motor que había ido desprendiendo el barco a lo largo del trayecto.
El problema no fue la ropa, ni siquiera el pelo. Lo peor era que cada poro de mi piel estaba pringoso. Me asqueaba a mí misma, y no podía huir.
Ascensor a Pelourinho
Arrastramos las maletas como pudimos bajo el sol abrasador de Bahía (yo estaba a punto de sufrir una combustión espontánea), hasta los ascensores de Pelourinho.
Y allí recibimos la segunda mala noticia del día:
Un ascensor estaba estropeado y el otro contaba con una cola kilométrica de espera debido a un trasatlántico de 3000 personas que acababa de llegar.
Durante unos segundos, pareció que esa era la única forma de llegar a Pelourinho, así que algunos (sobre todo yo) entramos en pánico.
El resto de la familia reaccionó a tiempo y conseguimos un par de taxis que nos acercaron todo lo posible al centro histórico de Pelourinho. Según entendí después, muy pocos vehículos tienen permitida la entrada en él.
Pelourinho
Así llegamos al Hotel Pelourinho, donde se alojaría el resto de la familia durante unos días. Los que partíamos a la noche tuvimos que alquilar una habitación entre 4 para poder darnos una ducha y quitarnos la capa de petróleo que llevábamos encima.
A pesar de contar con habitaciones muy simples, la localización del hotel era perfecta, en pleno centro de uno de los barrios más emblemáticos y hermosos de Salvador de Bahía.
Comimos platos típicos bahianos en el O Coliseu y nos despedimos de Brasil hasta la próxima visita con una capirinha y un agua de coco… 🙂
Coletazos del viaje
¿Creías que una vez terminado el recorrido por Río-Iguazú-Belo Horizonte y la escapada a Morro de Sao Paulo, se habrían acabado también las tragedias que caracterizaron nuestra ruta?
Yo también lo creía… ¡Ay! ¡Qué ingenua!
- A la madre de la novia le robaron la cartera en medio de una batucada por las calles de Bahía.
- Nahuai introdujo en el país un bicho de pie bajo una uña, sin saberlo, y tuve que sacársela justo antes de Nochevieja.
- Nada más llegar, el padre de la novia sufrió un cólico biliar y acabó necesitando una intervención quirúrgica.
- Los novios volvieron a Morro de Sao Paulo para disfrutar de una merecida luna de miel en intimidad, pero esta vez se alojaron en la Pousada Gemeos. Un gran acierto, porque en nuestra casa de alquiler (¡la mía!) ataron y atracaron a punta de pistola a los inquilinos que estaban pasando allí el fin de año. ¡Menuda librada!
Bien está, lo que bien acaba
Hoy en día, cada vez que nos reunimos y sale el tema durante la sobremesa, todos nos reímos y recordamos con mucho cariño esta aventura.
Es más, 4 años después regresamos a Brasil con una excusa genial (la familia estaba creciendo), y lo pasamos en grande.
Links de utilidad
- Ofertas de vuelos a Brasil: Trabber, eDreams y Momondo.
- Pousada Gemeos, en Gamboa.
- Hotel Pelourinho, en Salvador de Bahía.
- 5% de descuento al contratar tu seguro de viajes con IATI.
¿Organizando tu visita a Brasil? Esto te interesa:
- La primera parte de esta odisea: Ruta Río de Janeiro-Iguazú-Belo Horizonte.
- Ilha Grande: Un paraíso aislado frente a las costas de Río de Janeiro.
Si tienes alguna pregunta sobre este accidentado itinerario por Brasil, déjame un comentario aquí mismo e intentaré resolver tus dudas lo antes posible.